El
artículo de Julio Maier publicado aquí el 7 de agosto me mueve a nuevas
precisiones. En principio, no creo que la patología judicial –que Julio
señala certeramente– sea del derecho como saber (o ciencia si se
prefiere), sino del poder, al que el derecho está inextricablemente
vinculado.
Se
trabajó el derecho con un método, pero en un contexto de poder que hoy
no es el mismo, y el cambio brutal al que asistimos desconcierta. No
fracasa el derecho, sino que el poder cambia: se instaló una nueva
nobleza planetaria y debemos formar a juristas para los pueblos,
capaces de resistir a su totalitarismo.
El
método conserva vigencia, aunque debe aplicarse a otra realidad, que no
es un producto vernáculo, sino planetario, que impacta al derecho por
su vinculación con el poder. Es elemental, pues, entender este cambio
para vislumbrar la tarea jurídica que tenemos por delante.
La
Tercera Posición peronista es buen punto de arranque para eso:
rechazaba al totalitarismo estalinista y también al capitalismo que
explotaba al hombre por el hombre. Lo que no se pudo ver en ese momento,
fue que el primero era un totalitarismo en acto, pero que el segundo
también lo era, aunque aún bastante en potencia.
Con
la implosión del primero, el segundo despliega todo su potencial
totalitario, aniquilando hasta el más mínimo intento solidario.
Reemplaza los soviets y comités por los Ceos de las transnacionales. No
puede dejar de llamar la atención la rapidez con que los regímenes del
totalitarismo implosionado se adaptaron al nuevo.
Se
pervierte la democracia: los políticos de los países sede de los Ceos
mayores son hoy meros gestores de sus intereses (los nuestros son Ceos
de segunda clase), los monopolios mediáticos, sin límite ético, mienten,
difaman, formatean la subjetividad y crean realidad, los estados son
sus marionetas que si molestan se destruyen o corrompen.
Así
se concentra en el 1% de la humanidad el equivalente a lo que la mitad
más pobre de nuestra especie gasta para subsistir (o morirse con
paciencia). Dos tercios de la humanidad están en estado de necesidad y
un tercio gasta lo que no necesita para vivir.
El
catecismo ideológico del totalitarismo corporativo (verso de Hayek y
Friedman) es la versión laica de la Divina Providencia, reinventada como
mano invisible del mercado, que con increíble descaro usurpa el nombre
del viejo liberalismo, pero se recita por dictadores, aniquila vida y
libertad de los seres humanos y legitima la acelerada destrucción de las
condiciones de habitabilidad humana del planeta.
El
actual totalitarismo plutocrático corporativo aspira a que las
sociedades toleren un 70 por ciento de excluidos. Como para contenerlos
no es suficiente el formateo de los monopolios mediáticos, apela a la
represión, que legitima confesando su ideal totalitario en una distopía
de orden : una sociedad con seguridad total, libre de toda amenaza, con
prevención extrema, tolerancia cero, supresión de la privacidad,
vigilancia y control con cámaras, escuchas y drones, desconfianza al
extranjero y al extraño, estigmatización de la crítica y prisionización
masiva.
El
actual totalitarismo se vale de ficciones inventadas por el derecho,
como las personas no humanas (jurídicas), que hoy son los monstruos
imaginarios que manejan la política, conducidos por tecnócratas en pos
de una acumulación indefinida de riqueza. En este mundo ficcional
desapareció el empresario persona humana del capitalismo productivo, y
el propio dinero se maneja por computadora (salvo el destinado a coimas
groseras); todo es virtual e inventado mediante racionalizaciones
jurídicas.
En
la parte que nos toca a los argentinos, es claro que el papel de
ciertos sectores judiciales es algo más que impúdico, pero también
debemos observar que la organización de nuestro Poder Judicial es la más
irracional de todo el derecho comparado, pues cinco personas, cuando
les viene en gana hacerlo, asumen competencia como última instancia en
cualquier causa del país, en medio de una anarquía jurisprudencial que
permite que cada tribunal resuelva lo que quiera.
Lo
cierto es que Julio no se achica frente a esto y denuncia, y al hacerlo
reafirma lo que sostengo: el derecho siempre es lucha y es político y,
si bien la paz no se gana con guerras, no es menos cierto que se gana
con luchas, que no tienen por qué ser violentas, sino también jurídicas,
como la denuncia, pues nuestra herramienta es el discurso, al que todas
las dictaduras temen y por eso lo reprimen.
Tampoco
tengamos miedo de que el carácter político de la lucha jurídica nos
enmugre degradándonos al nivel de los contendientes, puesto que desde
nuestra acera nunca podríamos caer en la actual invención de disparates
desopilantes, dado que nuestro objetivo político no depende hoy de una
arbitraria elección subjetiva y ni siquiera supralegal, sino que lo
señala el propio derecho positivo: la lucha por el derecho no puede
tener otro objetivo político –hoy y aquí– que empujar el ser (la
realidad) conforme a un deber ser que manda que todo ser humano sea
tratado como persona.
La
tarea actual es la resistencia jurídica al totalitarismo corporativo
que esclaviza a personas físicas en aras de una imaginaria libertad de
personas ficticias (jurídicas). Y lo venceremos con el derecho, para lo
cual es menester repensarlo rechazando la ficción y apuntando a lo
óntico (realidad) del ser humano y de la sociedad.
Quizá
nosotros no veamos todos los resultados de esta adecuación doctrinaria,
pero lo verán otros y quedará claro que no desperdiciamos nuestras
vidas. Más aún: tal vez sea esta coyuntura el momento en que mejor las
estemos utilizando. Y Julio también, aunque a veces haga prosa sin
reconocerlo. Nos preceden quienes en el siglo pasado resistieron
totalitarismos horripilantes; hoy nos toca asumir la resistencia al de
este siglo.
Julio
querido: detrás de la columnata de la Facultad (estéticamente algo
fascista) hay pibes, y muchos más en las universidades del conurbano y
de nuestras provincias. Leen nuestros libros, porque somos supérstites
de una generación formadora. Julio hace muy bien en denunciar y
enojarse: es parte del entrenamiento para la lucha en que debemos formar
ahora a nuestros nietos intelectuales.
* Profesor emérito de la Universidad de Buenos Aires.
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