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viernes, 31 de marzo de 2017

Tinkunaco 1.145/17 - Re: Boletín diario del Portal Libertario OACA

Desde que era muy joven y empecé a contactar con otras anarquistas ajenas a mi círculo siempre me sorprendió la forma de abordar lo que podríamos llamar la “identidad anarquista”. Sí, ciertamente se entiende como una identidad, cultural, filosófica, política, social. Siempre me decían, con un aire de solemnidad y mirando al horizonte con los ojos brillantes: “¿yo anarquista? Algún día me gustaría serlo. Estoy en ello”. O también: “¿anarquista? Esa palabra es demasiado grande para mí. Es un proceso, lo intento”. Faltaba música de violín de fondo y un manto de nieve que casi nunca cae en Canarias. Yo, a pesar de ser muy inexperto y tener la cabeza repleta de lecturas, no sabía muy bien si creérmelo.
Con el paso del tiempo no he visto que se rebaje este discurso. Convertirse en anarquista es entendido por algunas como una prueba iniciática: de capullo a ser superior. Es un proceso de años que requiere lecturas, formación, aprender códigos y mil requisitos formales. Es casi como una oposición. Opositar para anarquista, que gran labor.
Todos habremos oído aquello de que se es anarquista 24 horas al día y cosas similares. Decía Victor Serge en sus memorias: “El anarquismo nos poseía enteros porque nos pedía todo, nos ofrecía todo. No había un rincón de la vida que no iluminase, por lo menos así nos parecía. Podía uno ser católico, protestante, liberal, radical, socialista, sindicalista incluso, sin cambiar nada en su vida, en la vida por consiguiente”.
Yo también he dicho cosas similares, y aún me parecen ciertas. Pero no veo lo de ser anarquista a jornada completa como una condena, un acto de constricción que debe respetarse durmiendo y en el cuarto de baño. En parte es una actitud, una forma de relacionarte con los demás y entender la vida, y también una propuesta empírica que busca cohesión entre ideas y hechos, y esto difícilmente implica parcialidad. No podemos ser diabéticas doce horas al día, aunque reconozco que es muy ventajista compararlo con una dolencia del páncreas. Decía Paul Válery que “toda persona lleva en sí un dictador y un anarquista”. Digamos que llamamos anarquista a la persona cuya segunda faceta se manifiesta más y que con mayor fuerza combate la primera.
Dicho esto, y admitiendo que la anarquista busca la coherencia, ¿con respecto a qué la busca? A veces me parece que se busca la coherencia entre las ideas que se tiene y las que se quieren tener. Las ideas pueden ser fáciles de adquirir, pero sobre todo son fáciles de aparentar. Nuestra búsqueda de la coherencia no es, generalmente, entre ideas y actos, que sería lo lógico, sino puramente formal. De ahí que le demos tanta importancia a los que decimos y también a lo que decimos pensar, y tan poca a lo que hacemos.
De todo esto vienen lo que yo llamo “la búsqueda de los grados de perfección moral”. Nos preocupa esa parte de ser anarquista interna y, paradógicamente, extremadamente exhibicionista. Queremos tener un lenguaje aparentemente anarquista, unos hábitos personales supuestamente anarquistas, pero no hay un mínimo esfuerzo por hacer nada práctico anarquista. El anarquismo se convierte así en una religión o filosofía transcendentalista, donde se van alcanzando distintos rangos de iluminación o sabiduría hasta llegar al Nirvana o algún estado de consciencia superior. Como si fuéramos monjes budistas o místicos cristianos. En la FAGC ya es común bromear sobre los “grados de perfección anarquistas” que hemos alcanzado: el grado 9 es el que alcanza la anarquista cuando es capaz de no emitir sombra, y el grado 10, el máximo conocido, cuando puede hacer la fotosíntesis.
El anarquismo así entendido, como una meta inalcanzable que implica martirización, como un club exclusivo y elitista que exige para entrar un examen de acceso, no me interesa. Sí, debemos ser coherentes, pero la coherencia exige correlación entre lo que decimos y hacemos, y eso quizás implique empezar a decir cosas realistas. Una tortuga que afirmara que no puede volar estaría siendo tan honesta como coherente. Coherencia es reconocer las propias contradicciones, y también los propios límites. Lo coherente es asumir que la vida misma, la que nos rodea, nos impide si queremos conservarla, hacer todo lo que nos gustaría. La coherencia es intentar cambiar eso, pero admitiendo sus dificultades y también los fracasos personales y colectivos. Coherencia no es dejar de respirar para no incumplir ni una coma de un dogma; coherencia es mantenerse vivas para poder aspirar a cambiar lo que no nos gusta. Reconocer que es imposible ser perfectas, que es imposible volar, como reconoce la tortuga, es coherente. La coherencia es conflicto y búsqueda, no perfección y esnobismo.
Por otro lado, podemos aparentar toda la coherencia que queramos en el continente, pero la coherencia implica contenido. Ser anarquista se ha convertido en una cuestión de forma más que de fondo, de respetar códigos culturales superficiales omitiendo lo que se hace en la práctica y cuando se acaba la asamblea. En ese aspecto, he conocido más anarquismo fuera de los círculos anarquistas que dentro. Podemos esforzarnos mucho, por ejemplo, en usar un lenguaje no sexista, como yo en este artículo, y formalmente aparentar oposición al heteropatriarcado. He conocido hombres muy rigurosos con el lenguaje, escrupulosos en su discurso, que afirmaban haber leído cada libro sobre feminismo que llegó a su manos y estar al tanto de “lo último”. Tíos que asisten a talleres o que incluso, sin sonrojo alguno, los imparten. Autotitulados “aliados” que, cuando el foco se apaga, en el trato con sus compañeras, eran verticales, despóticos y tiránicos, y también clasistas y autoritarios cuando interactuaban con las mujeres del barrio a las que miraban por encima del hombro. Sujetos formalmente contrarios a la opresión de género que sentían la más viva aversión por “chonis” y gitanas, y que hacían de cualquier mujer que se les acercara un cliché a cosificar. Y he conocido también mujeres que reprendían a sus compañeras si no se sometían a estos “machos alfa” y los escuchaban atentas hablar de Beauvoir, Preciado, los micromachismos o la oposición al amor romántico.
Por otro lado he conocido hombres que no conocen el nombre de ninguna autora feminista, que afirman no haberse podido acabar nunca un libro entero, que no usan lenguaje no sexista, que no conocen ningún término sofisticado sobre la decostrucción de los roles de género y que no saben lo que significa heteropatriarcado sólo con oírlo. Y sin embargo, esos mismos hombres, sin formación académica ninguna, no tratan a su iguales como inferiores o subalternas; no aíslan a sus compañeras de las conversaciones, ni las apartan de las tomas de decisiones; no creen que deban iluminarlas o guiarlas; las escuchan atentamente en las asambleas y las reconocen como referentes cuando su trabajo y su ejemplo les sirve de inspiración. No podrán elaborar un sesudo discurso sobre la opresión de géneros, pero jamás aprovecharán la coartada de un supuesto “espacio seguro” para agredir a una compañera. Las vecinas, mis compañeras más cercanas, prefieren militar con los segundos.
Lo dicho se puede aplicar a todas las manifestaciones anarquistas. Centramos todo el peso en el discurso, pero lo verdaderamente importante es lo que hacemos. Son nuestros actos los que tienen que hablar por nosotras y definir lo que somos. No existe coherencia posible si no tenemos una actividad real que se pueda confortar con nuestras ideas. Ser anarquista, entendido como un proceso meramente filosófico, teórico, como la adquisición de un estatus intelectual que nos separe de la plebe, es algo que me asquea y no me interesa en absoluto. Considerarse anarquista con la idea de distinguirse del resto y poder echarles una mirada de desprecio desde una pretendida superioridad moral, es simple y desnuda aristocracia. De ahí vienen los sermones y la agobiante insistencia de convertir a los infieles. Es la evangelización ácrata.
Mi anarquismo es otra cosa. Mi anarquismo no sirve para separarme de los demás sino para acercarme a ellos. Sirve para entender las contradicciones ajenas y ver cuánto de ellas hay en mí. Sirve para acostumbrarme a no exigirle nada a los demás por encima de lo que me exijo a mí mismo. Yo no quiero que ser anarquista sea una cosa difícil y tortuosa, sino algo fácil, asequible, al alcance de todo el mundo. Yo refuto a Armand cuando decía que “el anarquismo no es para los ineptos al esfuerzo”. Me niego a eso. Yo no quiero un anarquismo para atletas intelectuales, para campeonas del pensamiento abstracto y übermensch salidos de algún documental de Riefenstahl. Yo quiero un anarquismo que precisamente pueda ser patrimonio de los que hasta ahora han sido marginados de las cumbres de cerebros, los comités de sabios, las aulas y las academias. Quiero que los que somos tildados de tullidos, físicos o mentales, podamos hacer nuestro el anarquismo y escupirlo a la cara de los que lo relegan a universidades, salones, colectivos de convencidas y grupos de estudio. Quiero que ese anarquismo cotidiano, que se teje en muchas de nuestras relaciones, en nuestras asambleas de vecinos, en nuestras ollas comunes, en nuestras huertas, en nuestros piquetes, en nuestras enfrentamientos en el barrio, acabe aceptándose como una forma rápida y eficiente de convertirse en anarquista sin necesidad de darse ese nombre, de asumir ningún folclore, ni de compartir ningún fetichismo hacia banderas, símbolos y siglas.
Quiero que ser anarquista sea algo cercano, accesible y asequible, que las anarquistas sean definidas por su actividad y no solamente por las ideas que dicen defender. Quiero que ese anarquismo intuitivo, sin nombre y sin sello, pueda ser reconocido como una manifestación anarquista de primer orden. Que se entienda que una teoría anarquista ajena a la práctica y a la realidad es como una pieza refinada de cristal, pura y sin macula, brillante, pero tremendamente frágil y quebradiza. Mientras que el anarquismo de barrio, de calle, basado en la experimentación y la práctica, el anarquismo que yo defiendo, es más bien como una roca sin tratar, con tierra y llena de golpes, pero tremendamente sólida y pulida por el uso. Quiero en definitiva que el anarquismo deje de estar enmarcado en los despachos de las profesoras, que lo saquemos de las vitrinas y lo compartamos con la gente, que sea como un papel pequeñito que la gente pueda llevar consigo todo el día en el bolsillo, lleno de pliegues de todas las veces que lo doblan y desdoblan, sucio y desgastado de tanto uso.
¿Y si esto nunca llega a ser aceptado por las anarquistas oficiales? Pues muy bien. Otro anarquismo, sin complejos ni pruritos intelectuales, a golpe de adoquín y de curro en la calle, acabará tomando posiciones y adelantándolos por su izquierda. Los cambios profundos no aguardan el consenso.
Ruymán Rodríguez

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Posted: 30 Mar 2017 10:51 AM PDT
Al encargarse de la instrucción y de la educación de la juventud, los trabajadores hacen más alta y más pura la idea de la enseñanza. En manos del pueblo la escuela se convierte en una fuente de conocimientos, es un medio para la educación y el desenvolvimiento del hombre libre. Por eso, desde los primeros pasos del autogobierno de los trabajadores, la escuela deber ser, no sólo separada de la Iglesia, sino también del Estado.
Piotr Archinov
Este 22 de marzo del 2017 se realizó una marcha federal histórica y multitudinaria en defensa de la educación pública. En ella confluyeron alrededor de 400 mil docentes, estudiantes, científicos, becarios, escuelas enteras, alumnos y alumnas que con sus padres y madres marcharon hacia Plaza de Mayo para repudiar el desfinanciamiento de la educación pública.
El gobierno neoliberal de Cambiemos quiere desprestigiar al colectivo docente en su totalidad, poner en duda una educación pública que es sostenida por la comunidad educativa integrada por docentes, estudiantes, madres y padres, y manipular a la sociedad para que se oriente y elija una educación privada como institución que solucionaría el conflicto educativo que se arrastra hace años. No es casual que un día antes el títere del Estado privatizador comunique los resultados de las evaluaciones Aprender y afirme que 4 de cada 10 alumnos de 6°grado de primaria de la escuela pública no comprenden textos y que en las escuelas privadas el número desciende a 2 de cada 10. Y, además, termine siendo su propio verdugo diciendo que existe una “terrible inequidad entre los que pueden ir a escuela privada y aquel que tiene que caer en la escuela pública”. En este sentido, como en otras tantas veces, el discurso presidencial fue objeto de crítica y se utilizó el verbo caer utilizado por el mandatario para realizar manifestaciones ingeniosas características de los docentes y estudiantes.
Foto Nacho Yuchack
Puede parecer un dato menor, pero es claro el enfoque que se le quiere dar desde los recónditos terrenos de sus mercenarios asesores. Esas evaluaciones fueron criticadas en su momento ya que evaluaban resultados y no procesos, y tenían un carácter sesgado y punitivo sin tener en cuenta el contexto sociocultural y económico. Colectivos docentes dijeron que lo iban a utilizar en contra de la educación pública en tiempos de discusión y organización, y eso es efectivamente lo que sucedió. El discurso del empresario se volcó hacia una crítica de la escuela pública.
Este ataque es fomentado por la opinión del poder hegemónico, es decir, los medios monopólicos de comunicación serviciales a los intereses del capital privado. Su papel, en este caso, es desempeñarse como sirvientes de la burguesía empresarial nacional que se escuda bajo la tutela del Estado. De esta manera, como ya es sabido, se genera opinión pública que respalda y defiende a esos mismos intereses mencionados. La lobotomía discursiva afecta a muchos ciudadanos de bien. No es raro escuchar que “trabajan 4 horas y tienen 3 meses de vacaciones”, “son vagos sin vocación”, “en este conflicto los únicos perjudicados son los niños”, “es una lucha entre kirchneristas y el gobierno”, “los reclamos se hacen dialogando y no haciendo paro”, y tantas otras intrépidas sutilezas de la oratoria que por el solo hecho de ser mencionadas se van desprendiendo de estos sujetos porciones considerables de masa encefálica.
Ahora bien, en este 22 de marzo la comunidad educativa demostró un principio de organización inmenso. Una lucha unificada (más allá de las insignificantes e innecesarias diferencias partidistas) en repudio de todo ajuste estatal hacia el derecho de ejercer la docencia con dignidad. Más de 400 mil sujetos que apuestan a la lucha educativa como arma de emancipación tomaron las calles y se hicieron escuchar en el espacio público. Ejercieron política. Dieron clase. Enseñaron lucha.
¿No es hora de hacernos cargo totalmente de nuestra educación para que deje de ser la educación de ellos? ¿No es hora de que no sólo esas 400 mil personas de este 22 de marzo sino la comunidad educativa en su totalidad tome las riendas de un movimiento emancipatorio de educación popular? ¿Quiénes hacen, construyen, diagraman, diseñan, enseñan y se paran en el aula? ¿Quiénes leen, escriben, corrigen, estudian durante largas horas en sus hogares? ¿Quiénes se forman durante años para volcar esos conocimientos adquiridos y siguen aprendiendo a medida que enseñan? ¿Quiénes superan obstáculos salariales, edilicios y sociales? ¿Quiénes tienen vocación y ansias de aprender y enseñar en relaciones recíprocas, afectuosas y humanas? ¿Son acaso los ministros parásitos del Estado? ¿O los empresarios que lucran con las escuelas privadas?
Estos parásitos, tanto de un Estado neoliberal como de un Estado de “bienestar”, sólo obstaculizan la verdadera educación. Una educación que no nos convierta en masa obrera obediente y esclava sino en movimiento combativo y libre. La capacidad de organización y de lucha quedó demostrada este día como en tantas otras experiencias de la historia de la educación que apunta a cuestionar y liberar, no a competir y obedecer, llevémosla hasta el fin de sus consecuencias. Hay que despojarnos de todo disciplinamiento eclesiástico pero también apartarnos de toda burocracia estatal centralizada. Dejemos de situarnos en ese lugar de eterna espera, mendigando limosnas del todopoderoso Estado, rogando caridad de la tan preciada democracia burguesa. La educación es del pueblo y la hace el pueblo.
Posted: 29 Mar 2017 03:05 PM PDT
Dejo a continuación una nueva publicación editada estos días a partir de la traducción que hemos hecho de un texto titulado “Biocentric Anarchy” y que plantea la cuestión de la liberación total (de la tierra y de todes sus habitantes) desde un enfoque biocéntrico que cuestiona no sólo la explotación animal, sino la relación enferma que mantenemos con el planeta y con la vida natural en su conjunto y con cada especie y ser vivo en particular, proponiendo el concepto de la “anarquía biocéntrica” como un punto de partida desde el que empezar a cuestionarnos y a deconstruir dicha relación con una perspectiva interseccional y revolucionaria.
Decir, por cierto, que dadas las fechas y la temática del propio material, se ha optado por dedicarle la edición y publicación del mismo a la memoria del compañero Javier Recabarren, recordando su compromiso por la liberación animal y su estilo de vida vegano, a pesar de tener sólo 11 años.
A continuación, sigue el texto de la introducción y los enlaces.

Para descargar o leer online:

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Desde la distancia que separa el Estado español de Chile, queremos dedicar la traducción, edición y publicación de este librillo a la memoria del compañero Javier Recabarren, ahora que recientemente se cumplieron 2 años de su muerte, atropellado en la ciudad de Santiago de Chile por un autobús del Transantiago, una de esas máquinas usadas para asegurar la movilidad de mercancías y esclaves que es el flujo sanguíneo de esta civilización y de las ciudades modernas… Javier Recabarren tenía sólo 11 años, pero ya llevaba un estilo de vida vegano, participaba activamente en acciones de lucha callejera y por la liberación animal, charlas, debates, y otras instancias diversas que él alimentó y enriqueció con sus aportes. Todo un ejemplo y una razón más para seguir adelante.
Fuerza y complicidad a todas las individualidades que desde Chile (y otros lugares) llenan las calles de sabotajes, barricadas y propaganda en su recuerdo. Porque vuestros gestos también nos hacen sonreír. A vosotres también van dedicadas estas líneas.
Javier Recabarren, vives en la mirada ansiosa y el corazón rebelde de cada activista que deja atrás la pasividad y se arriesga, y de cada animal no-humano que por fin rompe la jaula que lo apresa y huye hacia la espesura.
Nuestra rabia es la misma, nuestro amor por la libertad también.
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Este fanzine, librillo o folleto, como se le quiera denominar, es la traducción que hemos realizado de un texto tiulado “Biocentric Anarchy” (Anarquía Biocéntrica), que fue escrito por una anónima británica y difundido para el debate. Nosotres nos lo encontramos en Internet y nos pareció interesante y oportuno traducirlo y discutirlo, ya que consideramos que en los distintos movimientos o ámbitos activistas donde se trata la liberación animal y la lucha contra el especismo, a menudo se habla desde una serie de posiciones que no son muy acertadas o que se estancan en los límites del ciudadanismo, el activismo legalista o peor todavía, en un discurso autocomplaciente que se basa simplemente en dejar de consumir productos de origen animal mientras se incita a otro tipo de consumo igual de ciego y que también consideramos que hay que cuestionar. Para nosotres, la libertad no tiene nada que ver con elegir comprar tofu y seitán donde antes comprabas queso y carne. Este es un paso importante, por supuesto, pues los productos que se obtienen de la explotación animal llevan intrínseca el abuso y la opresión (aunque a veces, los productos presuntamente “libres de crueldad” que consumimos también), y rechazarlos nos parece un primer paso que es necesario dar si queremos posicionarnos contra la dominación y buscar formas de vivir y de relacionarnos que traten de no reproducirla. No obstante, también sabemos que el capitalismo industrial, neocolonial, antropocéntrico y patriarcal es un sistema muy flexible con una gran capacidad de adaptación, y que para las distintas personas y entidades que ocupan las posiciones de poder no supondría ningún problema, llegado el caso, prescindir de la explotación de animales y adaptar las estructuras de producción a una nueva demanda masiva de productos de origen vegetal, sin que eso detuviera en ningún caso ni la explotación de animales humanos, ni la violencia contra todas las especies y contra el propio medio natural del que depende la supervivencia de cada individue de este planeta.
Seremos sinceres con vosotres, nosotres también compramos nuestra comida y vivimos en ciudades, y aunque estemos trabajando poco a poco en alejarnos de esa dependencia, lo cierto es que no lo hemos hecho, no al menos aun. Por eso, no pretendemos aleccionar a nadie con palabras que nosotres aun no nos hemos aplicado. Sólo pretendemos invitar a la reflexión y la autocrítica, desde una postura que pretende ser humilde y constructiva.
Muchas veces se ha querido separar la liberación animal de la liberación de la naturaleza, y hay quienes consideran que son antagónicas, que no se pueden conciliar. Para nosotres es al revés, ni podemos hablar de liberación de la tierra mientras nos aprovechamos de la explotación masiva de sus otros habitantes y del tremendo impacto medioambiental que crea, ni tampoco podemos hablar de liberación animal si lo reducimos todo a construir jaulas más grandes o a seguir justificando nuestra autoridad sobre elles bajo máscaras hipócritas de tutela y falso cuidado que al final no son más que otra forma de domesticación. No queremos construir santuarios donde amontonar animales incapaces de regresar a su estado natural*, sino extensos bosques donde ahora sólo hay grises ciudades de depresión y aire contaminado, queremos sanar la herida, volver a ser parte del equilibrio natural, con nuestres compañeres humanes y con el resto de criaturas. Tampoco queremos idealizar el pasado con discursos esencialistas sobre una vida primitiva cuya realidad no conocemos en absoluto sino mirar hacia adelante, hacia la incertidumbre y la falta de referentes y de medios que tenemos enfrente, y ayudar a crear las condiciones necesarias para articular un movimiento fuerte, sólido y coherente que ataque no sólo las bases ideológicas que sustentan la opresión especista, sino todo el engranaje, la totalidad de la opresión humana, con un enfoque interseccional y antiautoritario.
· Les Editores // Marzo 2017
*Aquí no estamos menospreciando el trabajo de santuarios y refugios. El problema es que nosotres no los entendemos como fines (como sí nos consta que hacen muches activistas) sino como medios, como herramientas necesarias en este momento. Sabemos que muchas especies por desgracia no pueden regresar a su estado salvaje porque han sido desnaturalizadas ad-nauseam, y entendemos que los santuarios sirvan como espacios para garantizar su seguridad y bienestar en este mundo, pero nuestro objetivo es la liberación animal, no una tutela en un recinto más grande pero igualmente cerrado.

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Posted: 29 Mar 2017 02:20 PM PDT
El siguiente texto fue escrito para su publicación en el próximo número (que será el séptimo ya) del fanzine Besos y Bombas, el cual se encuentra todavía en proceso de elaboración. No pensaba hacerlo público hasta que saliese a la luz la publicación, pero la verdad es que ciertos acontecimientos recientes, así como los debates en petit comité con otres compañeres que dichos acontecimientos generaron y en los que tuve en parte la ocasión en parte la desgracia de participar, pues me condujeron a darle salida antes para invitar, tal vez, al debate, la reflexión y el cuestionamiento.
Antes de nada, quiero decir que soy consciente de la importancia de las redes sociales, de su influencia, queramos o no, sobre la sociedad y las relaciones entre las personas, y de su potencial como herramientas para la difusión y la comunicación de noticias, materiales e iniciativas de todo tipo, convocatorias, manifestaciones, campañas, comunicados, etc. Yo no utilizo redes sociales por una razón muy sencilla, considero que los pros no compensan ni equivalen en número, ni de lejos, a los contras, y aunque habrá quien pueda replicarme diciendo que reducirlo todo a una cuestión de pros y contras es simplista, la verdad es que mis relaciones y lazos con otras personas lo han notado, y desde que he optado por apartarme de las redes sociales, creo que cuido mucho más mis relaciones más próximas (tanto en distancia como en cuanto a su carácter directo, sin pantallas, sin mediación) y me fijo mucho más en la gente de mi entorno. No obstante, insisto, soy consciente de su potencial, y creo que las redes sociales pueden y deberían ser un espacio más de confrontación, porque de lo contrario, será un espacio más copado (más todavía) por la publicidad, los mensajes discriminatorios (sexistas, racistas, xenófobos, capacitistas, LGTBfóbicos...) y el resto de la basura que llena cualquier espacio social. En el momento en el que como comunidad de lucha (no me gusta hablar de movimiento porque creo que no existe tal cosa en la práctica, sino distintas individualidades y colectivos que se coordinan entre sí, o no, para sacar adelante proyectos e iniciativas comunes, d forma informal y sin un único cuerpo o un único ritmo) renunciamos a las redes sociales, estamos dejándole el camino libre a la reacción y a las distintas formas que la autoridad adopta, le dejamos el camino libre a la misoginia, la transfobia, el fascismo, etc. Y esto puede parecer una contradicción, porque si hablo de no renunciar a las redes sociales pero al mismo tiempo confieso que yo he decidido dejar de usarlas, ¿entonces? Como ya he dicho, en mi caso ha sido por una cuestión de autocuidado, conocimiento personal, y por una necesidad de calma y espacio, pero por lo expresado anteriormente, tampoco juzgo, condeno ni critico a aquelles compañeres que sí las usan, ya sea para difundir sus textos, acciones o convocatorias o simplemente para mantenerse en contacto con otras personas con intereses e inquietudes comunes con quienes poder compartir todo eso y mantenerse al corriente de otras luchas y eventos en realidades geográficas más distantes. Lo entiendo y, hasta cierto punto, lo comparto. Además, también hay personas que por problemas psicológicos/mentales, sienten auténtico pánico ante el contacto cara a cara con otras personas o ante las multitudes, y esas personas, que siempre han permanecido invisibilizadas, de repente tienen un medio que les permite mantenerse en contacto, opinar, exponer sus puntos de vista y compartir sus vivencias, de una forma (relativamente) segura. En este sentido, también me parecen una buena herramienta.
No obstante, y aunque como dije antes molaría que las redes sociales fuesen un espacio más de confrontación, lo cierto es que no creo que lo sean, o mejor dicho, sí lo son, sólo que la confrontación de la que son escenario desde luego no es la adecuada. Ya hace un tiempo que tengo la impresión de que en redes sociales, especialmente en Twitter, lo que se dan sobre todo son peleas de egos absurdas, donde al final lo que cuenta es engrosar la lista de seguidores, en una carrera bastante ridícula tras la popularidad, exactamente igual que ocurre en la vida real. La dinámica es la de siempre, una persona tiene un problema con otra y como la primera usuaria tiene más ciberamiguitos, utiliza eso para aplastar a la otra, y no precisamente mediante la dialéctica, sino a través de auténticas campañas de acoso y derribo donde todo vale, desde robar y publicar (alteradas o no) fotografías de esa persona o de sus palabras, hasta el linchamiento de toda persona que sea su amiga o interceda por la primera, pasando por tergiversar completamente lo que esa persona haya dicho o inventarse y/o exagerar meteduras de pata de esa persona para de ese modo lograr poner a una cierta cantidad de usuaries en su contra, que por supuesto, rara vez cuestionan las acusaciones sobre todo si la persona de la que proceden goza de la antes mencionada popularidad dentro de dicha red. Todo ésto unido a dinámicas que en mi opinión empobrecen totalmente el discurso, con reflexiones de fanzine (aquí me estoy refiriendo a reflexiones breves, rápidas y a veces, cogidas de otras fuentes y extrapoladas mil y una veces hasta perder casi todo su sentido, pero hablo sin desmerecer en absoluto muchos buenos textos editados en formato fanzine y que han aportado ideas interesantes, no malinterpretéis la expresión) e ideas prestadas a las que se da peso simplemente porque la persona que las ha escrito es alguien "importante" en determinado gueto (porque además, estas redes sociales suelen moverse por guetos, exactamente igual que en el resto de espacios sociales virtuales o no; por un lado, las personas centradas en cuestiones de género y luchas feministas, por otro, gente centrada en luchas animalistas o antiespecistas, por otro, personas que sólo hablan de cuestiones relacionadas con la psiquiatría, por otro, personas que se centran en la lucha dee las personas racializadas...) y por tanto, su opinión es CIERTA, es VERDAD, y no admite cuestionamiento. Y esto por no hablar de que, muchas veces, los "debates" que se dan por estos medios parecen librados por personas que no sólo cojean a la hora de defender sus posiciones con palabras/ideas/reflexiones propias, sino que parecen priorizar el ganar la discusión (a cualquier precio) por encima de la posibilidad de obtener conclusiones positivas que enriquezcan los debates posteriores y permitan tal vez dar con lugares comunes para el desarrollo de las ideas y propuestas expresadas.
No quiero con ésto generalizar, e insisto, creo que cada persona sabrá cuáles son sus razones para usar o no usar estas herramientas y tomará la decisión que considere más adecuada, y yo no juzgo ni a quienes usan las redes ni a quien, como yo, ha decidido abandonarlas, cansades de la mimética, la falsedad, la hipocresía y la cobardía de muchas personas. Pero hay un problema que es cada vez más evidente, y si yo, que no tengo redes sociales, lo percibo porque al final compas que sí las tienen y las usan me cuentan los conflictos, los dimes, los diretes, y las polémicas que en ellas ocurren, podéis haceros una idea de las dimensiones de dicho problema. Hay quien prefiere ignorarlo, quitarle hierro, o tratarlo como algo accidental e inevitable, y pueden tener razón, pero creo que si hablamos de usar las redes, y de usarlas de un modo responsable, es menester pararnos un momento y referirnos a toda esta gente, activistas de sillón, cuya barricada es Twitter y que no aportan nada salvo toxicidad y decepción a los movimientos sociales que aseguran abanderar en sus perfiles, posts y biografías. Personas que utilizan su poder dentro de jerarquías informales que virtuales o no tienen su peso (por desgracia) para hundir a otras. Personas que actúan en estas redes bajo los mismos parámetros que guían el comportamiento de un abusón en el patio de un colegio o en un parque, el abusón que se comporta así porque tiene un montón de lameculos advenedizos que le siguen y respaldan. Personas que sientan cátedra sobre lo que es o no opresión, sobre lo que es o no legítimo, y que condenan, sentencian y "ejecutan" a cualquiera que no acepte su criterio, mientras los conceptos confunden, pierden su significado original y se diluyen en un océano de abstracciones, estéticas y discursos que hacen flaco favor a las luchas, generan frustración y desencanto y desvían la atención y las energías hacia callejones sin salida ideológicos. Este despotismo ilustrado, este radicalismo de la apariencia construido a golpe de click, están pudriendo muchos vínculos y reduciendo al absurdo ideas y luchas que en su día sacaron adelante, fortalecieron y empoderaron personas que ahora mismo, en caso de regresar de la tumba, creo que volverían a morirse con sólo ver lo que hemos hecho... Podría parecer que estoy exagerando, pero ¿cuántas veces disputas que han comenzado por culpa de malentendidos (a propósito o no) en redes sociales han trascendido luego afuera de forma muy amplificada y han creado rupturas que se han cargado proyectos? Y ojo, eh, no estoy hablando para nada de conflictos derivados de agresiones o de posicionamientos deleznables que alguien pueda mostrar a través de sus perfiles en Twitter o en cualquier otra red y que luego, naturalmente, puedan repercutir en el alejamiento o la confrontación con personas que le conozcan en su, digamos, "vida real" (no me gusta hablar de "la vida real" como algo opuesto a las redes sociales; las redes sociales son parte de la vida real, no algo paralelo). Me parece bien y lógico que si alguien se cantea en redes sociales con actitudes de mierda, eso luego se traduzca en que las personas de su entorno se posicionen y o bien le den el toque y le insten a revisarlo y a cambiarlo o bien directamente a tomar contra esa persona las medidas que consideren oportunas y necesarias, dependiendo también de la gravedad de lo ocurrido etc. Porque no olvidemos que hoy en día, muchas agresiones contra mujeres ocurren en el ámbito de las redes sociales, mediante acoso, vigilancia y seguimiento obsesivo de sus mensajes o de su actividad en esas redes, chantaje emocional, insultos por exponer sus cuerpos etc. A lo que me refiero es a que muchas veces, problemas que o bien se generan en redes sociales o bien comienzan en la calle y, obviamente, se trasladan a las redes, podrían resolverse de manera fácil o, al menos, con cierta diligencia (e incluso con resultados constructivos y positivos) si las personas implicadas se reuniesen (frente a frente, no por Internet) y hablasen de ello con ganas de solucionarlo, pero en vez de eso, se opta por los chismorreos, la salsa rosa, el morbo y la rumorología en esas redes, donde el listado de seguidores carroñeros de cada usuarie, respectivamente, acometerá contra la parte contraria, extendiendo dichos rumores, especulando, y haciendo tanto daño a veces que, la verdad, dudo hasta que sean siquiera conscientes de ello...
Siento que falta humildad. Me duele que el lenguaje se transforme y se llene de referencias virtuales que nos alejan de la realidad creando también relaciones de poder elitistas (y no estoy hablando de cambios en el lenguaje orientados a buscar formas más inclusivas y no discriminatorias, con esto estoy totalmente de acuerdo y me parece importante y necesario continuar profundizando). Me duele que los ritmos y las pautas que marcan esas redes se impongan, y que no sepamos cómo hacer frente, que perdiésemos el control sobre nuestras relaciones y sobre nuestros lazos, que nos pueda la inmediatez, que nos falte la originalidad, y que hayamos dejado de pensar como querían los mass-media para empezar a pensar como esperan de nosotres ciertos requisitos de purismo marcados por fantasmas, por vanguardias virtuales con demasiado ego, y que esos egos generen conflictos que nos distraen mientras la dominación continúa ganando terreno. Me duele (y esto también me parece importante) que haya personas que hayan llegado al punto de afirmar cosas como que las redes sociales son más importantes como espacio de difusión de propaganda que las calles, porque en las calles nadie lo ve y en las redes sociales sí, y que a causa de esto, este sistema ya no necesite gentrificar nuestros barrios, llenarlos de policías y cámaras de CCTV, o promover ordenanzas municipales y planes urbanísticos dirigidos a terminar con las plazas, los parques y los callejones para reemplazar los espacios tradicionalmente concebidos para el encuentro y la conspiración por dispositivos de disciplinamiento solamente ṕensados para el tránsito y el consumo, porque al final... nosotres mismes estamos renunciando a la calle. Luego nos extrañamos de que grupúsculos fascistas que hace apenas unos años eran totalmente residuales, de repente estén okupando edificios públicos y ganándose a la gente más desesperada con limosnas envenenadas y caridad racista, ¿de verdad os sorprende? ¡Si les estamos dejando el camino libre! Las calles son el espacio donde ocurre tu vida, donde tienen lugar los eventos y sucesos que te afectan, que nos afectan a todas las personas que habitamos un barrio, pueblo, ciudad determinados. No compras el pan en Twitter o en Facebook, sino en la calle. No vas a trabajar o a estudiar en Twitter o Facebook, sino en la calle. No será en Facebook o en Twitter donde se producirán las huelgas, manifestaciones y revueltas que, con suerte y si nos movemos, marcarán, como exigen las circunstancias, los tiempos venideros de escasez y represión, sino en la calle, y es ahí donde creo que necesitamos urgentemente recuperar toda nuestra presencia, llenándolas de pintadas, carteles, pancartas, asambleas, okupaciones, ateneos y distris, rompiendo la monotonía urbana y reencontrándonos ahí, donde nunca debimos dejar de estar. Y si esas luchas empiezan a tener lugar en redes sociales, entonces yo creo que esas luchas habrán dejado de tener sentido, y que podemos rendirnos, porque habríamos perdido hace mucho, mucho tiempo.
No sé, igual todo ésto es fruto de un desengaño personal con esas redes, igual es cierto que exagero, igual me estoy pasando y todo ésto os parece más una cascada de bilis que un razonamiento honesto. Tampoco me he parado mucho a pensar la estructura ni las pautas que iba a seguir para ésto, y no creo que se deba interpretar como un texto al uso, sino más bien como una reflexión personal, un poco desordenada y a lo mejor fuera de lugar para algunas personas, porque al final es simple y llanamente un reflejo de mi punto de vista, puramente subjetiva. Sé que probablemente me dejo muchas cosas olvidadas en el tintero y que otras tantas, a lo mejor, no se han explicado o tratado como deberían. Pero en fin, esto es todo por ahora y aunque no baste, yo, no obstante, hago un llamamiento a la cordura.
¿Queréis usar las redes sociales porque pensáis que realmente os enriquecen esas conversaciones con otres compas o con otras personas quizá opuestas a vosotres en su pensamiento pero que igualmente pueden aportaros puntos de vista positivos, o porque pensáis que son un gran recurso para la difusión rápida y fácil de información que pensáis que hay que utilizar? ¡Adelante! Totalmente de acuerdo. Pero vale ya de respaldaros en el activismo virtual para justificar vuestra mierda de actitud, vuestro comportamiento autoritario, vuestras cruzaditas personales patéticas e infantiles (perdón por las posibles connotaciones etaristas de este adjetivo) y, sobre todo, vuestra megalomanía y vuestra aparentemente insaciable necesidad de destacar y de ser el centro de atención, resarciendo vuestro ego y engordando vuestra soberbia a costa de deteriorar o comprometer vínculos, convicciones y autoestimas ajenas, porque entonces sí que no os quiero a mi lado, ni en Internet, ni en la calle, ni en ningún sitio.
Por unos lazos basados en la honestidad, el respeto y la amistad.
Contra los simulacros. Contra la mediación y las relaciones artificiales. Contra la difamación y la infamia.
Por la anarquía y por unas luchas y unos encuentros (y desencuentros) que de verdad merezcan la pena.
Besos y Bombas
Para críticas, sugerencias, aportes, contestaciones, relacionadas o no con el contenido de este escrito, podéis encontrarme en: besosybombas@riseup.net

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