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miércoles, 1 de diciembre de 2010

Tinkunaco 0351 - No callo, no otorgo (Diana Cañal)

No callo, no otorgo (Diana Cañal)

      Escuché decir, en un juicio que comparto, que vivimos los argentinos una experiencia saludable: la del debate permanente.
        Cierto, y francamente me da pudor entrar en él con algo tan personal, cuando tantos problemas gravísimos se producen a diario y reclaman nuestra atención. También me provoca cierta resistencia tener que salir a recoger el guante, porque puede ser leído como personalismo. Los que me conocen bien (no los que hablan de mí sin conocerme), saben que no soy personalista, que detesto esa característica, que me gustan los equipos y difundirme en ellos, dirigir sí, marcar rumbos, pero trabajar juntos en un camino que nos lleve a todos a un lugar mejor.
        El individualismo tiene el fin de los cementerios, adonde vamos a parar indefectiblemente, a menos que una mirada trascendente de la vida (que, gracias a Dios -valga- tengo) nos aliente, convirtiéndola en algo más que mera ansia de poder y bienes materiales: la realización colectiva, la felicidad ajena y en ello, propia.
      Pero, la sabiduría popular dice que «el que calla otorga», y en  lo que me toca, en esta oportunidad no he podido hablar hasta ahora, debiendo tolerar que se invocara un ascenso meteórico en el orden de mérito del concurso 157, que para más, habría sido obtenido mediante «presiones» de la CGT.
       En efecto, algunos medios se encargaron de ir perfilando, al mejor estilo Goebbels, un monstruo de mí, ya desde las instancias previas (año 2008), y hasta el mismo día en que se producía la entrevista en el Senado, el 3 de noviembre próximo pasado, que era la última: una entrevista exitosa, por cierto (de la que hay filmación, grabación y transcripción mecanográfica para quien la quiera conocer), que muy a pesar de esos mismos medios, les hizo decir al día siguiente, que había obtenido el acuerdo.
            Sin embargo, la cosa no terminó ahí, aprovechando los vaivenes de la política, y que todavía no estaba oficializado el tema, se volvió a arremeter con los argumentos, particularmente en mi contra, que es la única posición que puedo defender con pleno conocimiento de causa.
           Por lo tanto, siendo que ya me enfrenté a cuanta instancia evaluatoria debía hacerlo, guardando silencio para que no se pudiese decir que influía sobre la comisión del Senado, ahora sí, ante este redoblado embate, me veo en la necesidad de hablar.
                Porque acá, hay algo más que el probable perjuicio de no poder acceder a la vocalía de la Sala III de la Cámara Nacional de Apelaciones del trabajo, que es mi honra personal, que afecta a mi familia, a mis alumnos (quienes creen ver en mí a alguien que lucha contra los molinos de viento, salga pato o gallareta, pero sin mentir ni venderse), a mis amigos, y mi propio futuro como juez, de primera o de segunda instancia, porque estará manchada mi credibilidad. Esto último, se sale del ámbito privado, y es una cuestión pública, por la función. Es hora de hablar entonces, basta para mí.
        Mientras yo guardé silencio, lejos estuvieron de hacerlo estos medios (y sus respectivas usinas, desde el interior de la propia justicia, la universidad -pelea que los lectores de 14 bis conocen bien, y que escuchó azorada la nueva decana de la facultad de derecho, hace muy poco, pelea que tiene mucho que ver en todo lo que sucede), y desde todo cónclave que quiere jueces maniobrables y mansos, vaciados de ideología (como si esto fuera posible), metiendo miedo, para que los demás vean el ejemplo de qué les pasará si se atreven a decir y a hacer lo que el stablishment no quiera: mentiremos y mentiremos, hasta haber manchado su nombre.
       Como dijo el Dr. Capón Filas en un correo público dirigido a 14 bis, en reacción a los primeros ataques de los medios, cuando aún el concurso ante el consejo estaba en trámite: la independencia, se paga muy cara.
           Es cierto, observo atónita, luego de 32 años de carrera, y más de quince de juez de primera instancia, que no soy quien soy, por lo menos para un sector de la comunidad, a pesar de haberme movido siempre con la mayor honestidad y transparencia, aún cuando pudiera no convenirme.
       De hecho que, al cargo que desempeño en la actualidad, de juez de primera instancia, pude haber llegado dos años antes, cuando un juez muy conocido me proponía incluirme en una lista, siempre y cuando nombrase al secretario que se me sugería. Dije que no, que prefería quedarme en donde estaba, haciendo mi trabajo, porque  el secretario es la persona de mayor confianza. Cuando dos años después me nombraron, esa persona fue la hoy también injustamente vapuleada, Dra. Analía Viganó, a la que conozco desde 1984, con la que he trabajado durante la carrera judicial, y con la que invariablemente hemos investigado y estudiado juntas.
        Cuya defensa sí puedo ejercer: tiene un CV imbatible, una inteligencia notable, y es profundamente honesta. Reto a que me lo discutan, a quienes la felicitaron, tanto cuando cursó sus materias de doctorado, obteniendo excelentes calificaciones, superiores a las de actuales camaristas y jueces de primera instancia (precisamente, una de las personas que la calificó, no estuvo contenta en absoluto con mi posible llegada a la cámara, lo digo para desvirtuar la hipótesis de favoritismo), o a quienes la aplaudieron cuando hizo su exposición oral en el consejo de la magistratura el año pasado, en presencia de los consejeros (no necesariamente oficialistas) que ratificaron con ese oral, su solvencia, desde todos los frentes, incluído el filosófico.
        Eso sí, es cierto que es «esposa de», como toda persona casada lo es. El problema es si la «esposa de» tiene un CV,  dibujado y solo puede hablar cuando se sabe un libreto de memoria. No es el caso de Analía, y los abogados de la matrícula, los estudiantes y las universidades en donde dicta sus cursos, lo saben.  
       Antes de avanzar, quiero aclarar que me gané el respeto eterno de ese juez, al que de alguna manera las investigaciones que luego yo hiciera en cumplimiento de mis deberes de funcionaria pública, en el organismo en el que trabajábamos lo perjudicaran indirectamente (lo que, «cabellerosidad» obliga, nunca me impidió que hiciera, y que me valieran mucho tiempo después una mención judicial, por haber sido el único funcionario que en el periodo investigado, había mostrado celo en su labor, y por cierto, más respeto y cariño de su parte).
       Esto también, me granjeó el respeto del Dr. Humberto Podetti, (encargado de la defensa de otro funcionario y otrora presidente de la AADTySS) mal que le pese a algunos abogados de ese sector de pensamiento. Digo así porque cuando humilde e ingenuamente les pedí que hicieran público lo que habían dicho de mí en privado,dato al que accediera por quienes habían escuchado sus palabras (relativas a que era un juez serio e incorruptible), ante las mentiras que comenzaban a derramarse hace dos años, me dijeron que sí, pero no hicieron nada.  En mi inocencia, creí que era la mayor prueba de pluralidad, si podía probar que todo el arco del pensamiento coincidía en un punto, el que más me importaba: mi decencia. Ingenua, cierto, creía que había muchos como Podetti.
  1.        Cuando finalmente se produjera el tsunami mediático para impedir que, por primera vez, pudiera llegar al pleno del consejo de la magistratura, luego de once años de concursar (siendo, además, la única postulante que participó siempre), entre las mentiras proferidas estuvo que había nombrado a Analía, en un negociado con su esposo, el Dr. Julio Piumato, porque a cambio yo llegaba a la cámara.
       Si alguien se detiene dos segundos a analizar el disparate, verá que la nombré hace aproximadamente 16 años, y que por cierto la relación de su esposo con el gobierno de entonces no era la mejor. Y también advertirá que, en todo caso, ni Analía ni yo nos vimos favorecidas por este supuesto poder, ejercido irregularmente. ¿De haber sido así estaría todavía concursando, y ella no tendría hace rato un ascenso?.
          Bueno es comentar, que finalmente llego a juez de primera instancia, nuevamente porque soy propuesta por un juez al verme trabajar, y sin pedirme nada a cambio ni levantar luego el teléfono (nuevamente, «caballerosidad», obliga), conociendo muy bien mi pensamiento, adverso a toda interpretación que pretenda torcer los contenidos del Derecho del Trabajo.
          Desde entonces, hasta ahora, dije en mis sentencias lo mismo, en mis libros, en mis artículos, en la tribuna y en la clase, y por supuesto, cada vez que concursé no modifiqué mi opinión para agradar al jurado. Dije exactamente lo que el derecho establecía, e interpreté en el margen en que esto era posible, sin olvidar que existe el 14 bis, y que estamos en un constitucionalismo social. Así como que tras la reforma del 94, tenemos integrado un bloque federal y de convencionalidad con tratados internacionales, lo que termina abrazando a los convenios de la OIT. Esto, sin ir más lejos, lo fue escuchado por los senadores, y estuvieron agradados con la respuesta.
              Sin embargo, los medios han dicho hasta en primera plana y de manera contradictoria en el mismo diario lo siguiente: que era la primera vez que concursaba, para afirmar más tarde que lo había hecho varias veces; que era una persona de capacidad reconocida (sapiencia que, por cierto, jurados de derecha habían dejado a salvo al calificarme en oposiciones anteriores) y luego que «siempre había fracasado». Interesante, le llaman fracaso al hecho de que, cada vez que impugné en un concurso, la respuesta que recibía era algo así como que el jurado era soberano, sin investigar nada.
       Esto no pasó con otras personas, y no salieron en los medios, cuando de últimos pasaron a primeros (con justicia, porque tenía razón), o cuando impugnados los valores atribuidos a sus escasos antecedentes, nada se dijera o cuando, demostrando que se había volcado el mismo argumento que otro concursante, este mereciera muchos puntos más que yo.
       Sugiero, dado que los expedientes son públicos, que se observe mi actuación ante el Consejo de la Magistratura durante esos años, que se lean las oposiciones escritas, se observen las impugnaciones, los recursos, las revisiones y «las no respuestas», que se escuchen las grabaciones. Aclaro que con todo este material certificado fui a la entrevista del Senado, y no se brindó oportunidad para hablar de ello. Lo digo en serio: fui con un carrito, con la documentación y desgrabaciones, dispuesta a probar como lo estoy, lo que digo.
        Tambièn dijeron los medios lo del «ascenso meteórico», pues advierto que tanto en este concurso, como en los últimos, he sido la primera en antecedentes (lo que se oculta en todo momento), figurando inveteradamente desde el principio, siempre en los primeros puestos en este aspecto (a pesar de que estamos hablando, inclusive, de once años atrás), que durante mucho tiempo concursé siendo la única doctora en derecho, que mi calificación originaria en la oposición fue muy buena, y que cuando la impugné, la nota me fue bajada, como a los demás. Curiosamente, una de las personas que integró el tribunal de revisión fue el Dr. Héctor Recalde. ¿Dónde está el favoritismo de su parte?.
              Luego de esto, y ahora ubicada en el puesto 12 (en peor situación que antes), paso a la entrevista oral, en donde no estaba presente la Dra. Diana Conti como dicen estos medios, sino el Dr. Candiotti, entonces presidente del Consejo, el Dr. Montaña y no recuerdo qué otro consejero. Fruto de la misma (en donde el primero, académico reconocido, y que yo sepa no oficialista, destacara que lo que estaba diciendo en relación conque los precedentes no son vinculantes, que la inconstitucionalidad de oficio es obligatoria y que corresponde hacer lugar a la aplicación del disregard y a las extensiones en etapa de ejecución, con todas las garantías de defensa en el proceso laboral), lo había dicho siempre. Para eso exhibía parte de mi CV. Agrego, que además debía conocer necesariamente mi trayectoria y pensamiento real, por su función en la Universidad Nacional del Litoral, en donde soy docente de posgrado.
                Al cabo de esta entrevista, es que paso del puesto 12 al 7 (nunca al tercero como dijeron los medios, y en la entrevista oral, no en el pleno). Recién en el pleno, la Dra. Conti defiende esa posición (sin pasarme a ninguna otra), diciendo que respondía al perfil de juez querido. Esta defensa fue porque se quería reposicionar al que había quedado en el lugar siguiente, al que había bajado luego de la entrevista oral a la que aludiera supra. Era importante esta puja, la terna era de siete postulantes, y por cierto, quedé en la precaria posición de ser la última. Si había presiones reales, no eran muy eficaces.
               Se le sumó a la mentira la afirmación de que había estado gente de los gremios presenciando y vivando a la «compañera» (la cual, curiosamente, no es ni peronista, ni radical, ni nada, porque siendo un juez cree que no debe exhibir partidismo alguno, lo que es muy distinto a no tener una ideología, que sí la tengo, por supuesto), cuando quienes estaban eran estudiantes, compañeros del juzgado, profesores y abogados de la matrícula. Todos ellos pueden ser testigos de lo que digo.
                 Pero, ¿porqué se armó toda esta mentira?. Por dos razones: una que me excede, y es la puja política. Porque había sido visto con muy malos ojos que el Sr. Hugo Moyano, Secretario General de la CGT, y el Dr. Julio Piumato, Secretario de DDHH de la CGT y de la UEJN, denunciaran públicamente en cartas al Consejo, que una vez más se estaba haciendo lobby en las sombras, para que no llegara a la cámara. ¿Cuàl fue el pecado?, precisamente salirse del juego, no hacer ese mismo lobby. Aclaro que ni me ofrecieron el lobby, ni lo pedí, hicieron lo único que se podía hacer; defender la verdad que se conoce. También lo intentó el padre de un alumno, curiosamente radical, indignado con lo que sucedía, denunciándolo ante quien podía.
          Una verdad de cuya existencia todos sabían, porque repetidamente, al ver que se había entrado en una constante circular, en donde me daban el mayor puntaje en antecedentes que era el aspecto objetivo (colocándose a los demás candidatos, cada vez que se abría otro concurso más cerca mío, dado que yo estaba en un techo prácticamente); me dejaban en un lugar expectable en la oposición escrita, que era el aspecto subjetivo (opinable, de ahí lo del jurado soberano, y claramente el espacio reservado a la ideología); sin retocarse nada en el oral, por más brillante que fuese -en una actuación siempre destacada por los jurados, según las grabaciones- (alteración que sí se diera con otros concursantes), para quedar así sistemáticamente afuera.
     Impugnara como impugnara (aún con grillas comparativas), nada se modificaba, ni se me brindaba explicación satisfactoria. Todo lo cual puse en conocimiento de las autoridades del Consejo, clamando para que alguna vez fuesen tratados los recursos y se me brindara una respuesta genuina. Me daban esperanzas de que las cosas cambiarían, y seguí intentando.
            ¿Era válido inclinar la balanza ideológicamente como se hacía?. Ante un espacio interpretativo, esto parece posible. El problema radicaba  en que nunca llegaba el momento de escuchar otra campana, durante tanto tiempo. No estoy imputando con esto a los diferentes jurados del Consejo que intervinieron, porque en ese caso debí haber recurrido a la justicia. Solo describo una realidad, que implicaba siempre un mismo resultado, y la influencia que desde las sombras, intentaban ejercer los grupos de presión, los mismos que hoy se escandalizan cuando alguien se manifiesta abiertamente.
       Lo paradigmático de esto, es que cuando hoy cuestionan,  vuelven a caer en las sombras, al recurrir al lobby y la presión, procurando instalar una verdad, conociendo que es mentira, o debiendo saberlo. Insisto, los expedientes son públicos. Buscan un chivo expiatorio, y tratan de convencer a los senadores de algo que no es.
             De manera que, lo que los representantes de los trabajadores estaban haciendo, era defender a alguien que veía el derecho del trabajo, como el propio derecho del trabajo manda, por definición tuitivo, y que hacía realidad esta protección siempre que correspondía, y que no le tembló la mano cuando en otros momentos históricos, era peligroso hacerlo. Pero no lo  hicieron en las sombras, ni armaron una campaña periodística, ni una guerra sucia: hicieron público, en cartas a la institución, lo que pensaban.
                  Detrás de eso, hicieron lo propio varios jueces del fuero con el otro candidato, pero aquí, nadie salió a fustigar. Bienvenido sea, a lo mejor empezamos a abandonar las sombras, y a reconocer quién considera que un juez es valioso, respeta el derecho y es honorable, y todo con un fundamento, no porque sí.
            Y que, por una vez, como el mismo medio periodístico lo reconoció, sean también los trabajadores quienes puedan exhibir su opinión sobre los candidatos, ya no solo los habituales representantes de grandes estudios, las cátedras y los grupos económicos, que al decir de uno de estos diarios es de práctica que intercedan. De otro modo, resulta hasta ridículo, que si del fuero del trabajo se trata, sea la palabra de los trabajadores la que no pueda ser oída.
                  Sin embargo, esa fue una sentencia de muerte, que de todos modos, estaba dictada desde antes. Es aquí donde entra en juego la segunda razón, la personal, y por eso se cruzan a denunciarlo los trabajadores: todos saben muy bien lo que escribo y lo que digo, y que entre ello se encuentra el lograr la realización de los créditos laborales, una vez que se ha ganado una sentencia. De ahí la extensión en etapa de ejecución, de ahí el disregard, a lo que se suma el ejercicio de las autosatisfactivas, la materialización de los principios del DT en el proceso, la operatividad del derecho, etc. etc. Pero por sobre todo, la naturaleza pública del derecho del trabajo, al decir de la nueva Corte, en donde el trabajador es el señor de todos los mercados, y no a la inversa.
            Estaba previsto por estos grupos, como siempre, que no pudiera llegar, no obstante el mérito académico, la resonancia de los fallos que desde la primera instancia lograban modificar la jurisprudencia, la convocatoria desde todo el país para escuchar qué es eso de que la filosofía del derecho (de lo que soy profesora, y doctora en ello, amén de profesora de DT), podía brindarnos categorías para entender y defender el derecho del trabajo, sacándolo del terreno de las meras opinabilidades, para colocarlo en el de la obligatoriedad. La mala costumbre de esclarecer.
                Lejos de lo que piensan estos medios, existen en el Consejo de la Magistratura las copias, de las más de doscientas notas enviadas a su presidente de ese momento (así como extensas cadenas de mails), por personas tan valiosas y reconocidas como (hago un muestreo en función del arco ideológico y no del aprecio y reconocimiento, que es el mismos para todos, los nombrados y los omitidos) el Dr. Jorge Bermúdez (quien dice nada menos que, compromete su palabra y honorabilidad por defender la mía), el Dr. Meik, el coordinador de 14 bis, Dr. Barrera Nicholson, el ya referido Dr. Capòn Filas, entre muchos otros. Un «otros» que incluye también a abogados de la CTA, defendiendo mi honestidad y objetando el intento de presión por medio de mentiras desde los medios, así como en muchos casos defendiendo el derecho de las centrales obreras a manifestar sus opiniones, en igual marco de  veracidad. No surtió efecto, siguieron.
       Sin embargo, la gente no arredró, y como lo dije el día 3 en el Senado y lo reitero ahora, es también público que me acompañaron más de mil avales (hecho poco común), en donde se encuentran desde el Sr. Hugo Moyano, hasta gente de derecha, de izquierda y radicales, coincidiendo todos en que quieren un juez independiente, que conozca el derecho.
         Salga como salga esto, termine como termine, esta es la verdad, y tengo que decirla, porque detrás del juego político/ mediático, hay una persona que ve dilapidar con malicia la honorabilidad construída por años, y heredada de sus padres.
      Como lo dijera en el Senado, a esta altura me siento Dreyfus, donde lo objetivo no se mira y se construye lo que se desea, hasta el punto de sostener que hay jueces  que se retiran por no compartir un espacio conmigo. De ser esto cierto, se trata de un error, porque me conocen, saben de mi honestidad, la han defendido, y saben de mi formación. Solo bastaba una disidencia.
          Esto nos hubiera llevado a la arena de la justicia, que «vive oculta tras todas las ficciones y falta de significados» (Derecho al Día, UBA Bicentenario, año 9, nro,169, pág.10), para mejor develar qué ha querido el legislador, cuál es la racionalidad del sistema, y la manera más razonable de aplicarlo. Así, en blanco y negro, con esquemas y en el pizarrón, como nos gusta, para exhibir con franqueza las ideas, y recibir del mismo modo las respuestas. Dispuestos a corregir el error, y a profundizar en los aciertos.
      Esta demonización, a través mío, que instala nuevamente los versus, no nos lleva a buen puerto. El derecho del trabajo es crucial para vida de cada uno de nosotros, que somos los trabajadores (nosotros también, por supuesto), y para la vida de la Nación, cuya economía depende en mucho de lo que hagamos realidad en nuestro fuero.
        Se debe trabajar dignamente, se debe tener trabajo, se debe poder planear un futuro, y no debe el trabajo  ser fuente de lucro indebido, obtenido desde la fragilidad del otro. Recordemos cuando se dijo que al fin y al cabo, tener un trabajador en negro era lícito, porque el fin de la empresa es lucrar y esta era una forma de obtener ganancias. ¿Cuál es el paradigma desde el que se piensa cuando se dice algo así?, no es el de Aquino, que responde a la racionalidad del sistema normativo vigente, sino mero voluntarismo.
        Listo, seguramente esto no sea prudente, pero como estoy todo el tiempo con mi conciencia, nunca me perdonaría que conociendo la verdad, no la dijera. No podría mirar a la cara a mis alumnos, lo digo en serio.

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